El tesoro oculto del Puerto de la Cruz
Diez toques, diez golpes secos con la misma cadencia, con el mismo tranquilo latido con el que parece moverse el mundo en el Puerto de la Cruz. Las campanas de la Iglesia de Nuestra Señora de la Peña me avisan de un nuevo día.
Refugiado en el pequeño muelle que se esconde tras la Plaza de Europa, contemplo ensimismado el batir de las olas en San Telmo, solo acompañado por los primeros pescadores que día tras día parecen malgastar su tiempo luchando por conseguir tímidas capturas. Les pregunto por qué en un sitio así, donde la mar revuelta solo parece sacar a la superficie un fondo turbio, y la respuesta siempre es la misma: «tranquilo, compadre». Es cierto, la vida es para disfrutarla, para vivirla momento a momento, para no dejarte llevar por el ritmo sofocante del trabajo y el ruido urbano. Y me doy cuenta entonces que buscando eso es por lo que siempre me acerco temprano al Puerto.
Allí, sobre el farallón, al final de las murallas, los niños, desde muchos años atrás, se lanzaban al mar para demostrar su hombría en un juego viril. Allá, junto al espigón, cuando apenas unos coches circulaban por el entonces pueblo, todo era silencio y soledad. Aquí, en el mirador, podías venir con el alba a llorar tus penas o a gritarle al mundo tu felicidad.
Defendiendo la plaza
Han sonado las diez, y a mis espaldas la vida comienza a andar. El tráfico es cada vez más intenso, las tiendas abren sus puertas, y los turistas comienzan a hacer su particular via crucis camino de la popular Plaza del Charco.
No hace mucho, no más de treinta años, el Puerto de la Cruz no era así. Aún lucha por mantener sus raíces pesqueras y comerciales, sus viejas tradiciones y su alma sosegada tan típicamente canaria, pero, ser o no ser, la vida no puede detenerse, y ante la visión de su particular Dorado, el turismo, el Puerto se ha visto abocado a transformarse.
Cierra los ojos, escucha. Déjate llevar por el continuo sonido del mar. Su fuerza, su rugido. Inexpugnables, las olas rompen una y otra vez a mis pies. Da igual en qué punto de la ciudad te encuentres: si te concentras siempre lo oirás de fondo, acompañante fiel. «No podría vivir lejos del mar», «necesito despertarme y verlo». Cualquier portuense te lo diría. Cuando lo sientas así, cuando seas capaz de ver la vida a otro ritmo, con otra cadencia, habrás sabido captar la auténtica esencia del Puerto.
¿Playas? Iros al sur. El Puerto de la Cruz no es para remojarse o tomar el sol mientras degustas unos chicharros. El Puerto debes andarlo a ritmo lento, observando a sus gentes y conociendo su Historia.
Deseos frente al mar
Cientos de pequeños túmulos de piedras, allá, en el Viejo Puerto, junto al Castillo de San Felipe, parecen expresar los deseos de muchos años de los tinerfeños, ahora refrendados en meses. Un montículo, un deseo. Como si se tratase de un ofrecimiento al Atlántico. Desgraciadamente, de aquel puerto ya no queda nada, y una vez más la ciudad, doblegada, dejó paso al futuro de la mano de César Manrique, quien se dispuso a construir lo que hoy es Playa Jardín, un cálido paseo diseñado junto al mar que atraviesa las tres playas que son santo y seña de la ciudad.
Un aluvión se llevó aquel Viejo Puerto quedando la ciudad partida en dos, solo unidas por un sencillo barrio de pescadores en torno a la calle Mequinez y la vida se trasladó a lo que es el Casco Viejo de la ciudad. Junto al Muelle, en el lugar donde cuenta la leyenda se reunían una joven noble local y un peligroso pirata, se construyó el Penitente, para resguardarla de las quejas del océano y servir de unión entre las barcas locales y los mercantes que quedaban a las afueras del Puerto.
Calle Mequinez, tradicional barrio de pescadores
Hoy día, el Puerto ha visto convertir su Muelle en playa local, el barrio de pescadores y tradicionales tascas en barrio comercial y de restaurantes de cocina creativa, y la Plaza donde se comerciaba con los ricos vinos de malvasía en lugar de terrazas para turistas. De aquel tradicional paseo de San Telmo pocas piedras coloniales se conservan, sustituidas por el aluminio y el metacrilato en pos de unas mejores vistas del mar.
Pero el Puerto, a pesar de sus contradicciones, aún conserva intacto su atractivo.
No, no basta con un día en el Puerto. En un día podrás ver en lo que se ha transformado: podrás disfrutar y mucho de la ambientada vida del centro, del paseo que bordea el Muelle y la Plaza de Europa hasta San Telmo. Pero en un día no podrás encontrar el tesoro que, dicen, bajo el Puerto de la Cruz ocultó el pirata Caraperro.
Tranquilo, compadre. Solo unos días más necesitarás para descubrir que ese tesoro, el verdadero, es el que se consigue disfrutando cada momento lentamente, como lo haría un buen portuense.
Un poco más de espíritu portuense
- San Telmo, un lujo para los paseantes
- El castillo de San Felipe
- Amanece en el Puerto de la Cruz
- Más fotos del Puerto
Os dejo con este emotivo vídeo aéreo sobre el Puerto de la Cruz
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Por favor quiten el párrafo y las fotos de las tonguitas de verolos, que nada tiene que ver con los deseos de la gente y flaco favor le hacen a Tenerife y su conservación. Artículos como estos fomentan prácticas indeseadas para la isla y su medioambiental. Gracias
Párrafo en cuestión «Deseos frente al mar
Cientos de pequeños túmulos de piedras, allá, en el Viejo Puerto, junto al Castillo de San Felipe, parecen expresar los deseos de muchos años de los tinerfeños, ahora refrendados en meses. Un montículo, un deseo. Como si se tratase de un ofrecimiento al Atlántico.»